
Mi primer encuentro con el arte de acción fue allá por el 2001, en una casa-caja mágica que se llamaba Espacio C, en Camargo, Cantabria. Junto a mis más primigenias raíces.
Orlando Britto, director y creador de este insólito espacio de arte contemporáneo, invitó a Gomez-Peña y La Pocha Nostra a pasar un par de semanas de trabajo intenso y explosivo donde me descubrí en la más pura improvisación del cuerpo que se expone expresando una idea.
Por aquél entonces, yo creía haber encontrado en la danza y la escultura mis dos máximas pasiones artísticas pero, cuando descubrí el arte de acción (aunque podría decir que ello me descubrió a mi…), todo cambió.
Me imagino en la escena de esa película de mi vida, toda peluda, martillo de hueso en mano frente a la asombrosa e imponente imagen chicanochamánica de la piedra filosofal del Arte de Acción. Ahí mi relación con las artes dio un salto cuántico. En este mundo que se me abre, todo tiene cabida. La mente es cuerpo y el cuerpo es mente. Toda acción, por más cotidiana que sea, al pasarla por el cuerpo es susceptible de convertirse en una experiencia poética. La poesía está en todas partes porque está en nosotr@s. Y así la vida, se convierte en nuestra gran obra de arte.
En la práctica de la performance, sigo sintiéndome una escultora, pero ahora mi cuerpo es «La Materia» a trabajar, a moldear, a sentir, a pulir, a proyectar. Una materia que respira y se relaciona con otra materia que es el espacio, el lugar que habita, en el que se mueve y que le mueve. Y en ese fluir con el Todo como si fuéramos niños sabios de nuevo, nos relacionamos con otros cuerpos-materia, otros espacios, universos de múltiples galaxias donde cualquier cosa puede suceder y, además, sucede: Una Topía.
Eso es para mí el arte de acción.